¿Lo estaré haciendo bien? – la eterna pregunta de una madre

Madres, hijos e hijas, se conocen sin tener un manual de instrucciones. Diez meses en tu barriga – porque a mi que dejen de engañarme, los embarazos duran 10 meses y no 9 – esperando a que llegue lo mejor de tu vida y de repente un día te ves a solas con tu criatura, sin manual de instrucciones del que tirar. Cuando duermen te puedes pasar horas embobada, mirando y babeando. Pero cuando llega el momento puchero y de ahí saltan al llanto descontrolado… ¡ay señor! Cuántas horas de desesperación de cada madre hay detrás de esos momentos:

¿Será hambre? Pero no puede ser, comió hace nada…
¿Querrá dormir? Pero estoy venga a mecer la silleta y no cae…
Caca no tiene, además le cambié el pañal justo después de la toma…

Y así pasas las horas y los días, averiguando qué le pasa a tu bebé. Porque sí, lo averiguas.

Luego vienen los maravillosos 2 y 3 años de rabietas, en los que aún no pueden razonar. Son capaces de llevarte al límite: en casa, en el súper, al subir al coche, durante la comida…

Es cierto que, finalmente, llegan unos años en los que el raciocinio se apodera de ellos y todo parece más fácil. Pero no nos engañemos: tú, como madre, nunca dejas de comerte la cabeza por cada uno de tus retoños. Y según pasan los años, te das cuenta de que esto es para siempre:

¿Por qué estará hoy tan seria?
¿Conseguiré sacarle una sonrisa?
¿Se habrá peleado con alguien?
¿O simplemente le apetecerá estar sola?
¿Por qué hoy prácticamente no ha salido de su cuarto?
¿Qué será de mayor?
¿LO ESTARÉ HACIENDO BIEN O ME ESTARÉ EQUIVOCANDO?

Esa es la eterna pregunta: ¿Lo estaré haciendo bien?
Desde que nacen, en cada momento y en cada etapa de su vida, esa pregunta está siempre presente. Y la respuesta es .

Lo estás haciendo bien —refiriéndome a la mayoría, claro está, que siempre hay excepciones— porque lo estás haciendo lo mejor que puedes. Te estás dejando la piel en tu papel de madre, desde el primer llanto que escuchaste.

Una madre es esa que, sin tener superpoderes, es capaz de dejarse la piel durante tu día de bajón hasta saber qué pasa por tu cabeza.
La que te prepara una cena deliciosa sólo porque sospecha que no has tenido un buen día.
La que te da el berrido más estridente que hayas escuchado en días y, al rato, el abrazo más tierno, que por cierto necesitabas.
La que te da una ayudita para que llegues a fin de mes con unos euros en el bolsillo.
La que se viene a Murcia desde Madrid porque sabe que estás aterrada por los primeros 40º de fiebre de tu bebé.
La que te deja salir de marcha sin hora de vuelta, pero que a la mañana siguiente te levanta con un desayuno y la orden de hacer limpieza profunda en el armario, porque te está enseñando que está bien pasárselo bien, pero también hay que cumplir.

Nunca olvidaré el día en que mi bicho, de bebé, no paraba de berrear…
La mayoría de las veces yo daba con la tecla de lo que le pasaba, pero esa vez no había manera. Había comido, dormido y cagado, pero no paraba. Roja como un tomate y sin yo saber ya qué hacer, terminé desnudándola entera para ver si tenía algo por el cuerpo. Le hice la exploración física más completa que te puedas imaginar… hasta que di con la tecla. Tenía un pelo enredado en su dedito morcillero que empezaba a cortarle la circulación.

La próxima vez que te preguntes si lo estás haciendo bien, mira hacia atrás y recuerda cómo empezó todo. Te viste con un bebé en brazos sin que nadie te dijera cómo hacer las cosas. Y con tus más y tus menos, tus momentos de bajón y tu euforia, lo estás haciendo lo mejor que sabes.

Y si no, pregúntaselo a ellos.
La respuesta puede que te sorprenda y te emocione.