Hoy Ana me ha hecho recordar que hace semanas que no escribo.
Casi siempre escribo porque tengo algo que contar, una impresión que compartir o una emoción que me pide salir. Pero a veces, no hace falta más que sentarse —libreta y bolígrafo en mano— y empezar a vomitar palabras. Palabras que, poco a poco, le van dando forma al ruido mental y a esos sentimientos que, por alguna razón, se nos atascan.
Y justo en eso estoy ahora. Sentada, mientras espero a que Vero llegue con su codiciada jeringuilla a intentar darle un poco de vidilla a mis cuatro pelos usando mi propio plasma. Que por cierto, ahí va una reflexión: si esta melena ha sobrevivido hasta hoy alimentándose de mi sangre tal cual, ¿qué sentido tiene centrifugarla periódicamente y volvérmela a inyectar? ¿No será más de lo mismo?. Supongo que algo de ciencia habrá detrás (aunque confieso que no me he molestado en investigar mucho más allá de algún artículo leído en prensa de belleza), y por otro lado, bueno… como solemos decir en los casos perdidos: la esperanza es lo último que se pierde.
Así que, mientras mi sangre da vueltas a toda velocidad en una máquina, yo he sacado mi libreta. Tras un par de minutos mirando al vacío, he empezado a escribir lo que mi cabeza y mi corazón —razón y emoción, ese dúo dinámico— necesitaban vomitar.
Y lo cierto es que, tras mi sesión con Ana, el entreno de piernaca con Luli, el desahogo en papel (que, dicho sea de paso, acabó en la basura), y las charlas con Vero mientras me agujereaba la cabeza… ahora mismo, después de muchos días, me siento bien.
Con esto no pretendo decirte que te pongas a escribir, aunque si lo haces, puede que tú misma descubras cómo ayuda a vaciar la mochila emocional y a recolocar cosas.
Pero sí quiero invitarte a algo: no dejes nunca de buscar tus palancas de cambio.
No existe una varita mágica que lo arregle todo, pero sí hay pequeñas palancas que puedes activar cuando sientas que algo tiene que cambiar. No siempre son evidentes, a veces cuestan encontrarlas, pero están ahí. Esperando a que las uses.
Yo llevo una semana tocando teclas sin parar. Y una vez más, he conseguido salir de ese bucle en el que no quería estar. ¿Hasta cuándo? Ni idea. Pero cuando vuelva a pasar —porque volverá, siempre vuelve y yo volveré a escribir aquí sobre ello, porque también lo he hecho anteriormente— ya sé que solo será cuestión de volver a buscar mi palanca.
