Cuando te faltan fuerzas o ganas.

Esta mañana lloraba pensando en la vuelta a casa: los ovarios me estallaban, dolor de espalda, agotamiento físico… y tres horas y pico de coche por delante cuando lo único que me pedía el cuerpo era hacer un máster intensivo en “Tardes de sofá y aburrimiento entretenido”.

Mi mente ya estaba tumbada en el sofá y echándose una siesta después de comer, pero mi cuerpo miraba el volante como quien ve una cuesta infinita que subir: cero ganas de arrancar.

Un par de horas más tarde, a mitad de camino, comentaba a mis bichos:
“¿Sabéis? Esta mañana lloraba porque no me veía capaz de conducir hasta casa. Y ahora, aquí estoy… conduciendo, cada vez más cerca de llegar y resulta que no está siendo tan duro ni tan tremendo como imaginaba”.

¿Qué había pasado? Nada mágico. Simplemente, después de mi lloraíta, me puse en modo piloto automático. El cuerpo sabía lo que tenía que hacer, la mente también, y de repente lo imposible ha dejado de ser un muro y se ha convertido en un “ya está hecho”.

Y es que muchas veces la clave está ahí: darle al botón de “modo automático” cuando la pereza o la falta de ganas te gritan “ni lo intentes”. Porque si lo piensas demasiado, te saboteas; pero si te dejas llevar, avanzas.

Eso sí, tan importante como activarlo, es saber desactivarlo. Por eso esta tarde, al llegar a casa, sí que me puse en “modo desconexión absoluta”: mi bichito haciendo cookies, manta eléctrica, un Zaldiar haciendo su magia contra el dolor mientras terminaba de leer otro libro, mensajes bonitos preguntándome cómo había sido la vuelta… y yo disfrutando cada minuto como si fuera un premio a esa batalla silenciosa que gané contra mi propia cabeza.

Y para colmo, justo cuando estoy terminando de teclear estas palabras, mi Bicho me ha sorprendido con uno de mis planes favoritos del mundo: ¡un mixto para cenar! ¿Quién necesita medallas cuando el mejor premio del mundo son tus hijas esperándote con pan de molde, jamón y queso en forma de mixto y cookies recién hechas?

Moraleja: a veces el truco para llegar lejos no es la motivación épica, sino dejarse llevar por la rutina, confiar en que puedes… y después celebrarlo con esos pequeños placeres que saben a gloria.

Y así es cómo el piloto automático hoy me ha llevado lejos…y un mixto y una cookie me han devuelto la vida.

Mañana más y mejor.

«A partir de septiembre»… ¿Te suena?

Un año más, los stories de Instagram hoy se han llenado de nuevos propósitos dándole la bienvenida a septiembre. Y cada vez son más los mensajes que me encuentro diciendo que “el verdadero año comienza ahora y no en enero”. También han sido varias las ocasiones en las que, durante el verano, he escuchado aquello de “a partir de septiembre….”

Pero dime: ¿cuántas veces has empezado la misma cosa en septiembre o en enero? La dieta, el gimnasio, las clases de inglés…¿Por qué nos cuesta tanto integrar en nuestro estilo de vida aquello que sabemos que nos hace bien?

Para mi sería un desgaste mental tremendo tener que poner a cero los marcadores cada septiembre para volver a arrancar con el mismo propósito año tras año.

No quiero ser ejemplo de nadie, pero sí quiero invitarte a reflexionar sobre tus objetivos de septiembre antes de lanzarte a la piscina con todo. Por muy a tope que tengas el marcador de la motivación hoy, intenta ser lo más realista posible, porque ya te digo yo que en unas semanas bajará. No es que yo sea adivina, más bien te hablo desde la experiencia de haber fracasado unas cuantas veces en el intento.

Yo también tuve mis septiembres de “objetivos SMART”. Muy específicos, medibles, alcanzables, relevantes y temporales… pero poco inteligentes a la hora de elegirlos. Durante años, algunos en mi lista se repetían:

  • Hacer el pino, que de niña me salía perfecto y me encantaba hacerlo hasta que un día en EGB mi cabeza aterrizó contra una tubería y adía de hoy sigo sin ser capaz de volverme a lanzar.
  • Hacer dominadas sin ayuda: sueño con poder subir la barbilla por encima de la barra sin parecer un chorizo colgado puesto a curar.

Tras varios intentos, frustraciones y plazos incumplidos, entendí lo que no estaba viendo: mientras no lograba “mi objetivo final”, sí estaba ganando fuerza, constancia y mejor forma física. Solo que no lo valoraba.

Pero el día que asumí que no estaba siendo realista, que no estaba disfrutando del proceso y que mis objetivos no eran alcanzables en los tiempos que yo me había marcado, la cosa cambió. El objetivo en mi lista pasó a ser disfrutar del proceso y valorar los pequeños avances en busca de esos objetivos.

Y aunque hoy me sigo bloqueando cada vez que me pongo frente a la pared para intentar hacer el pino, estoy más cerca de mis dominadas y lo más importante, mucho más fuerte y en mejor forma que muchos años atrás.

Hoy mis objetivos ya casi nunca empiezan en septiembre o enero. Prefiero pensar en pequeños pasos sostenibles durante todo el año, mantener una mentalidad de mejora continua, disfrutar del proceso y valorar cada avance, por mínimo que parezca. Y esa mentalidad es la que me ayuda a superar rápido cada momento de flaqueza, porque los momentos de querer tirar la toalla siempre llegan.

Trabaja tu mentalidad de mejora continua, trabaja tu fuerza de voluntad cada día y así verás que no necesitarás que lleguen septiembre y enero para arrancar con todo.

Porque lo importante no es empezar cada septiembre o enero, sino no tener que volver a empezar siempre desde cero.

Hoy no tenía nada que decir…y terminé diciéndomelo todo.

Hoy Ana me ha hecho recordar que hace semanas que no escribo.

Casi siempre escribo porque tengo algo que contar, una impresión que compartir o una emoción que me pide salir. Pero a veces, no hace falta más que sentarse —libreta y bolígrafo en mano— y empezar a vomitar palabras. Palabras que, poco a poco, le van dando forma al ruido mental y a esos sentimientos que, por alguna razón, se nos atascan.

Y justo en eso estoy ahora. Sentada, mientras espero a que Vero llegue con su codiciada jeringuilla a intentar darle un poco de vidilla a mis cuatro pelos usando mi propio plasma. Que por cierto, ahí va una reflexión: si esta melena ha sobrevivido hasta hoy alimentándose de mi sangre tal cual, ¿qué sentido tiene centrifugarla periódicamente y volvérmela a inyectar? ¿No será más de lo mismo?. Supongo que algo de ciencia habrá detrás (aunque confieso que no me he molestado en investigar mucho más allá de algún artículo leído en prensa de belleza), y por otro lado, bueno… como solemos decir en los casos perdidos: la esperanza es lo último que se pierde.

Así que, mientras mi sangre da vueltas a toda velocidad en una máquina, yo he sacado mi libreta. Tras un par de minutos mirando al vacío, he empezado a escribir lo que mi cabeza y mi corazón —razón y emoción, ese dúo dinámico— necesitaban vomitar.

Y lo cierto es que, tras mi sesión con Ana, el entreno de piernaca con Luli, el desahogo en papel (que, dicho sea de paso, acabó en la basura), y las charlas con Vero mientras me agujereaba la cabeza… ahora mismo, después de muchos días, me siento bien.

Con esto no pretendo decirte que te pongas a escribir, aunque si lo haces, puede que tú misma descubras cómo ayuda a vaciar la mochila emocional y a recolocar cosas.

Pero sí quiero invitarte a algo: no dejes nunca de buscar tus palancas de cambio.

No existe una varita mágica que lo arregle todo, pero sí hay pequeñas palancas que puedes activar cuando sientas que algo tiene que cambiar. No siempre son evidentes, a veces cuestan encontrarlas, pero están ahí. Esperando a que las uses.

Yo llevo una semana tocando teclas sin parar. Y una vez más, he conseguido salir de ese bucle en el que no quería estar. ¿Hasta cuándo? Ni idea. Pero cuando vuelva a pasar —porque volverá, siempre vuelve y yo volveré a escribir aquí sobre ello, porque también lo he hecho anteriormente— ya sé que solo será cuestión de volver a buscar mi palanca.

«De challenge y entrando en mi prime.»

De los creadores de “Cómo salir a correr y no morir en el intento” … llega “Entrando en mi prime”.

Hace seis semanas me apunté al Six Pack Challenge que propuso mi querida y admirada Asun en el gimnasio. No, no para lucir el famoso six-pack en la barriga este verano (ante todo, seamos realistas con los objetivos), sino para sacarnos de la zona de confort y enfrentarnos al horno murciano que se nos viene encima en verano con una versión mejorada de nosotros mismos. O como se dice ahora en redes: para entrar en mi prime.

Todo comienza con ilusión y desconocimiento: “marca tus objetivos personales”, te dicen. Entrenamiento, alimentación, estilo de vida… ¡Como si una no tuviera ya suficientes objetivos en la vida! Pero tú ahí, a tope con la motivación, rellenando tu cuaderno de hábitos, buscando recetas apetitosas en la aplicación de tu dieta y lista para entrar en el grupo de WhatsApp del reto, para desahogarte cuando el hambre apriete o cuando necesites un empujoncito con la motivación.

Y ahí es cuando empieza lo bueno, amiga. Ahí es cuando se empieza a cortar el bacalao (sin aceite, claro, que estamos a dieta).

En estas seis semanas he pasado de tener una edad cardiovascular de -6,5 años a -9,5. ¡Toma ya! Si sigo así, en otoño seré oficialmente una adolescente en perimenopausia. Y ojo, que en octubre cumplo 50… ¡los nuevos 40, pero con más sabiduría y menos resaca! Ríete tú de Benjamin Button.

Además, he corrido mis primeros 5K del tirón en meses… o años… o eras geológicas, no sé. El pasado domingo, mientras Alcaraz ganaba su segundo Roland Garros tras cinco horas y media de épico partido, yo cruzaba mi propia meta personal: 5K en 36 minutos. ¿La marca? Una caca. Pero a veces el objetivo no es volar… es llegar. La que la sigue, la consigue.

También he recuperado mi forma física. Venía de una lesión cervical causada por un accidente que me obligó a parar en seco (nunca mejor dicho). Nada de cargas, solo movilidad y paciencia (esa gran virtud que nunca me tocó en el reparto). Pero, poco a poco, he vuelto a mis entrenos, a mis dominadas, y a mirar las pesas sin rencor. La que la sigue, la consigue (sí, repito mantra porque funciona).

¿Y la alimentación? Uf. Esa era mi cruz. No porque el plan no me gustara (de hecho, era más variado que el buffet de muchos hoteles), sino porque la báscula y el metro para tomar medidas me dan más miedo que Hacienda cuando me manda alguna notificación. Y sin embargo, entre cambios hormonales, eventos sociales y algún que otro viajecito… ¡reto superado! Kilos fuera y autoestima arriba. La que la sigue, la consigue (sí, otra vez).

Total que, si tú también te ves a veces atascada, en plan “¿pero qué hago con mi vida?”, te lo digo claro: ponte las pilas. Nadie va a venir con una varita mágica a rescatarte del sofá. Y sí, es más cómodo esperar a que todo se arregle solo… pero NO VA A PA SAR.

Así que, si algo dentro de ti se remueve, escúchalo. Búscate un reto, o algo que pueda ser tu palanca de cambio, o una chispa que encienda tu mecha. Porque todas tenemos una fórmula de cambio. Y la mía, esta vez, ha sido este reto.

Hoy, con 73,25 horas de actividad acumuladas en seis semanas, una carrera individual de 5K conseguida y las mejores medidas corporales desde que conocí a Josemi, mi nutricionista hace algo más de un año… puedo decir con la frente en alto y los glúteos un poco más firmes: “Estoy más cerca de mi prime”. Ahora sólo me falta creérmelo, pero para eso ya tengo a mi querida Ana echándome una mano.

De croissants, culos gordos y minifaldas valientes

El otro día, mientras entrenaba en el gym – sí, para todos los que me lo preguntan una y otra vez, todos los días intento hacer algo de ejercicio, y eso no significa que me vaya a convertir en la versión femenina de Hulk ni que tenga un trastorno compulsivo – tuve una conversación interesante con Mario e Irene en torno a por qué narices la gente tiene la insana costumbre de opinar sobre cuerpos y decisiones ajenas. Spoiler: no llegamos a ninguna conclusión, pero sí les dije que escribiría sobre ello.

Crecí en la época en la que las revistas eran el oráculo de la perfección y yo, con mis curvas y carnes flácidas, era el croissant abandonado en la vitrina de los brócolis del supermercado. Te hacían creer que las mujeres de las revistas eran las reales, como la mayoría de las mortales. ¿Lo eran? Sí, tanto como un unicornio rosa con abdominales de acero.

Y ahí estabas tú, comprando todas las dietas milagro, las cremas anticelulíticas que prometían dejarte la piel como el papel seda y cocinando la sopa milagrosa de un cardiólogo que, casi seguro, ni era cardiólogo ni sabía hacer sopa, porque aquello sabía a rayos. Pero oye, había que intentarlo todo para conseguir ese cuerpo imposible, sin importar la genética que tuvieras.  

Y con cada crema que acababa en la basura, con cada dieta que terminaba harta de ver que no creaba el milagro esperado, mi frustración y mi celulitis crecían a partes iguales y mi autoestima se iba desinflando como las colchonetas de mi piscina en agosto, que todos los años acaban pinchadas por el calor del verano murciano.

Lo hice. No lo de conseguir mi ansiado cuerpo de modelo, sino lo de caer en todas esas trampas. Lo probé todo, menos ser amable conmigo misma. Caí hasta en las llamadas a la «Teletienda» para comprar la última crema milagrosa que prometían adelgazar mis brazos y dejarme la piel como la porcelana y al final lo que me dejaban era la cuenta bancaria tiritando. Crecí siendo una víctima más de la presión social, del qué dirán y del cómo opinarán.

Pero ¡sorpresa!, de repente un día mis Bichos me miran y me dicen: «Mamá, ¿sabes que hay mujeres que pagan por tener un culo como el tuyo?» Y ahí me quedo yo, con mi genética de tordo  – cara fina y culo gordo – intentando digerir ese halago que estalla en mi cabeza como algo irónico pero cargado de realidad. Mis complejos cortocicuitan y mi autoestima ya no sabe si reír o llorar.

Una de las cosas que admiro de las nuevas generaciones es que ellos no opinan sobre los cuerpos de los demás, aceptan. No se complican la vida con dietas locas ni con cremas que prometen lo imposible. Y si alguien les viene con un «¿Has visto cómo le queda a fulanito o menganito esa ropa?», ellos responden con un rotundo «yo no me lo pondría, pero si él se ve bien, me parece perfecto».

¿Quieres comerte esa pizza sin sentir que tienes que correr después una maratón para compensarla? Cómetela. ¿Quieres ponerte esa mini falda aunque tus piernas reboten como gelatina al andar? Póntela. ¿Quieres hacer ejercicio o no hacerlo? La decisión es tuya y de nadie más.

Ellos lo tienen claro y yo, todavía estoy en proceso de aprenderlo. O al menos, de intentarlo.

La semana pasada salí a correr por primera vez en mi vida con unos shorts. Sí, mis piernas gruesas iban botando al compás de mi trote cochinero, y ¡sobreviví! Y este invierno me compré una minifalda vaquera que, después de meses con la etiqueta puesta en el armario, por fin hace unos días salió a pasear en los primero días de calor de esta primavera. ¿Significa eso que ya he superado mis complejos? No. Pero es un pequeño homenaje a mis piernas fuertes, a mi culo generoso y a mi yo del futuro que, espero consiga algún día opinar menos sobre lo que ve en el espejo y más sobre lo que realmente importa: vivir y reírse un poco más.

Así que la próxima vez que te creas con derecho de opinar sobre el cuerpo de alguien, que sea sobre el tuyo. Y hazlo para bien. Porque si hay algo que he aprendido en este proceso es que, al final del día, nadie más que tú va a aplaudirte por hacer las paces con el croissant que llevas dentro. Feliz flexibilidad.

¿Lo estaré haciendo bien? – la eterna pregunta de una madre

Madres, hijos e hijas, se conocen sin tener un manual de instrucciones. Diez meses en tu barriga – porque a mi que dejen de engañarme, los embarazos duran 10 meses y no 9 – esperando a que llegue lo mejor de tu vida y de repente un día te ves a solas con tu criatura, sin manual de instrucciones del que tirar. Cuando duermen te puedes pasar horas embobada, mirando y babeando. Pero cuando llega el momento puchero y de ahí saltan al llanto descontrolado… ¡ay señor! Cuántas horas de desesperación de cada madre hay detrás de esos momentos:

¿Será hambre? Pero no puede ser, comió hace nada…
¿Querrá dormir? Pero estoy venga a mecer la silleta y no cae…
Caca no tiene, además le cambié el pañal justo después de la toma…

Y así pasas las horas y los días, averiguando qué le pasa a tu bebé. Porque sí, lo averiguas.

Luego vienen los maravillosos 2 y 3 años de rabietas, en los que aún no pueden razonar. Son capaces de llevarte al límite: en casa, en el súper, al subir al coche, durante la comida…

Es cierto que, finalmente, llegan unos años en los que el raciocinio se apodera de ellos y todo parece más fácil. Pero no nos engañemos: tú, como madre, nunca dejas de comerte la cabeza por cada uno de tus retoños. Y según pasan los años, te das cuenta de que esto es para siempre:

¿Por qué estará hoy tan seria?
¿Conseguiré sacarle una sonrisa?
¿Se habrá peleado con alguien?
¿O simplemente le apetecerá estar sola?
¿Por qué hoy prácticamente no ha salido de su cuarto?
¿Qué será de mayor?
¿LO ESTARÉ HACIENDO BIEN O ME ESTARÉ EQUIVOCANDO?

Esa es la eterna pregunta: ¿Lo estaré haciendo bien?
Desde que nacen, en cada momento y en cada etapa de su vida, esa pregunta está siempre presente. Y la respuesta es .

Lo estás haciendo bien —refiriéndome a la mayoría, claro está, que siempre hay excepciones— porque lo estás haciendo lo mejor que puedes. Te estás dejando la piel en tu papel de madre, desde el primer llanto que escuchaste.

Una madre es esa que, sin tener superpoderes, es capaz de dejarse la piel durante tu día de bajón hasta saber qué pasa por tu cabeza.
La que te prepara una cena deliciosa sólo porque sospecha que no has tenido un buen día.
La que te da el berrido más estridente que hayas escuchado en días y, al rato, el abrazo más tierno, que por cierto necesitabas.
La que te da una ayudita para que llegues a fin de mes con unos euros en el bolsillo.
La que se viene a Murcia desde Madrid porque sabe que estás aterrada por los primeros 40º de fiebre de tu bebé.
La que te deja salir de marcha sin hora de vuelta, pero que a la mañana siguiente te levanta con un desayuno y la orden de hacer limpieza profunda en el armario, porque te está enseñando que está bien pasárselo bien, pero también hay que cumplir.

Nunca olvidaré el día en que mi bicho, de bebé, no paraba de berrear…
La mayoría de las veces yo daba con la tecla de lo que le pasaba, pero esa vez no había manera. Había comido, dormido y cagado, pero no paraba. Roja como un tomate y sin yo saber ya qué hacer, terminé desnudándola entera para ver si tenía algo por el cuerpo. Le hice la exploración física más completa que te puedas imaginar… hasta que di con la tecla. Tenía un pelo enredado en su dedito morcillero que empezaba a cortarle la circulación.

La próxima vez que te preguntes si lo estás haciendo bien, mira hacia atrás y recuerda cómo empezó todo. Te viste con un bebé en brazos sin que nadie te dijera cómo hacer las cosas. Y con tus más y tus menos, tus momentos de bajón y tu euforia, lo estás haciendo lo mejor que sabes.

Y si no, pregúntaselo a ellos.
La respuesta puede que te sorprenda y te emocione.

Cuando no sabes si salir a correr… o salir corriendo

Este año me llegan los 50. Los memes “guays” dicen que son los nuevos 40, pero yo, que aún tengo seis meses por delante, sólo puedo decir que está siendo el año del colapso.

Mi cuerpo está cambiando. Hace muchos años cambió cuando pasé de niña a mujer, pero ahora no me queda muy claro hacia dónde va. A veces aparece un michelín nuevo o surge una barriga sorpresa a la que ahora todos quieren llamar “inflamación”. Otras veces, sin previo aviso, me sale un grano de acné adulto —que es exactamente igual que el que sale a los 15, sólo que ahora el combo viene con arrugas.
Y eso sí, uno o dos días al mes —los más felices y esperados— me miro al espejo y no me veo tan mal. Y en estas estoy, lidiando cada día con un cuerpo que parece estar decidiendo su propio destino.

Mis hormonas no sé si están disparadas o si me están disparando a mí intentando convencerme de que me estoy volviendo un poco loquis (o bastante, según el día) : pierdo cosas, olvido recoger a mis bichos del cole, voy al súper a por algo y salgo sin ese algo… no una, sino dos y tres veces a la semana. Ya he optado por perder la vergüenza y pedir a las cajeras que me guarden el primer carro ya pagado mientras paso a llenar el segundo con la lista de olvidos.

Y así, entre olvidos y carros duplicados, empiezo a pensar… Antes, cuando llegabas a los 50, pasara lo que pasara, el diagnóstico era claro: «ajo y agua» —a joderse y aguantarse—. Y así seguías hasta los 60, 70, 80 y más.

Ahora no, amiga. Vivimos tiempos en los que, gracias a la medicina natural o química, hay remedio para todo: sofocos, neblina mental, hambre emocional, cambios de humor, olvidos, acné adulto, ansiedad, sudores nocturnos, inflamación… Si antes el problema era que no había nada que tomar, ahora el problema es no saber qué elegir para no acabar intoxicando a tu pobre hígado, que bastante tiene con lo suyo.

Llegada a esta edad, antes te bastaba con andar una hora al día. Ahora necesitas entrenar fuerza sí o sí, sin olvidar el cardio para la resistencia, ni el yoga o pilates para trabajar flexibilidad y… los famosos países bajos, esos territorios que ahora parecen querer pedir la independencia…Poco se habla de cómo esos territorios del sur llegan a los nuevos 40. Y no seré yo la que abra ese melón, pero diré que si antes te ofrecían una «Tena Lady», ahora toca ser «Lady Tenaz»: currarte los hipopresivos, aprender a respirar y luchar para que todo lo que ha ido bajando no siga cayendo en caída libre.

Este mes empiezo un nuevo reto en Asunmirafit, mi centro de confianza —y digo centro, no gimnasio—, porque ahí encuentro todo lo que necesito para el cultivo de cuerpo y mente: entrenos, coachs cañeros, actividades wellness, nutricionista, psicóloga, fisio de suelo pélvico…

Hoy tuvimos la reunión de presentación del programa que me acompañará las próximas seis semanas: entreno a tope de fuerza, reencuentro con la carrera (o mejor dicho, con mi trote cochinero), vuelta a la senda de la alimentación consciente —para domar a la bestia interior de los «porque yo lo valgo» que me que comido y bebido en las últimas semanas — y, sobre todo, un pasito más en la reconciliación con mi flexibilidad: la de mis músculos y la de mi mente. Porque tan importante es la una como la otra.

Cuando hemos terminado la reunión de presentación del nuevo reto al que me enfrento, lo primero que he escrito en el grupo que tenemos en Whatsapp era que “no sabía si salir a correr…o salir corriendo”.

Pero si algo he aprendido en este medio siglo que voy camino de estrenar es que la fuerza no sólo está en los músculos, sino en las ganas de superarse y no rendirse, sin importar la edad que tengas ni los años que vayas a cumplir. Así que vamos a por ello.

Por el no me apetece, las lloraítas y el «mañana más»

Me he pasado el día con la lágrima asomando por el rabillo del ojo, controlándola para que no terminase de asomar porque no encontraba el momento de sentarme a hartarme de llorar: una reunión, dos reuniones, tres reuniones, cuatro reuniones…lo escribo y me entra sueño mientras lo leo, como si estuviese contando ovejitas antes de echarme a dormir; video-consulta con el médico, ruta de farmacias, cena, ducha, volver a abrir el ordenador. Y justo ahora, a las 22:24 horas, cuando se supone que puedo desconectar del mundo y desahogarme, ya no me quedan fuerzas para llorar.

Pero aprovechando que tengo el ordenador, como cuando decimos que el Pisuerga pasa por Valladolid, sí que puedo agarrar una página en blanco para cagarme en todo lo que se menea y escribir unas palabritas, algo que siempre me sienta bien y me sosiega.

Nos acostumbramos a vivir al límite: llegando a las gasolineras con los depósitos a 0 o -10, utilizando las verduras pochas de la nevera para hacer un rico puré y apañar una cena (o dos) o poniéndonos hidratante en el cuerpo sólo cuando la piel se nos cae a trozos, porque total, en invierno todo se tapa.

No se tu, pero yo estiro el día más que un chicle Boomer.

Nos acostumbramos a cargar a nuestras espaldas con nuestra agenda y la que nos imponen los demás: el jefe, los colegas, los niños, las actividades extraescolares (las suyas y las nuestras), lo médicos, cumpleaños, compras, y un largo etceeeeeeeeeeeeeteraaaaaaaaaa.

Pero que nos acostumbremos a vivir así, no quiere decir que sea lo ideal y mucho menos que tengamos que hacerlo siempre.

A veces, hay que decir no, o simplemente a veces hay que decir basta. Soy muy fan del “Natalia, no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Pero me gustaría aprender a dejar para mañana lo que no me apetezca hacer hoy. Porque igual hoy no era necesario recorrerse 3 farmacias, o igual alguna de las reuniones se podría haber retrasado hasta mañana o pasado, o igual podría haberme obligado a irme antes de la oficina…Igual si hubiera hecho alguna de esas renuncias ahora sí que me podría haber echado la lloraíta que he contraído durante todo el día y para la que ya no me quedan ni ganas.

El caso es que acababa de abrir el ordenador para terminar un informe y me he dicho que no, que mañana más, o como diría nuestra querida Phoebe en el capítulo piloto de Friends, “me encantaría hacerlo, pero no me apetece”.

Por los no me apetece, las lloraítas y los “mañana más”

A la gente bonita

Cualquiera puede serlo si se lo propone, pero hay personas que tienen ese don por naturaleza. Personas que aparecen en tu día para devolverle la chispa que lo hace brillar de nuevo; aquellas que cuando tú estás enredada, intentando salir de algún lío aparecen y desinteresadamente desenredan el nudo que a ti te estaba costando tanto desatar.

A veces ese nudo es cualquiera de los obstáculos a los que nos enfrentamos cada día: dificultades para encajar un plan en la agenda, averías repentinas con las que no contabas, un niño que se te pone malo por cuadragésima vez este año, una otitis que ya va para dos semanas que te tiene sorda…Y otras veces, ese nudo está ligado a una de esas emociones recurrentes que tienes y que por mucho que lo intentes, te sigue costando mucho gestionar.

La próxima vez que te encuentres en una situación así, abre bien los ojos y todos tus sentidos, porque te vas a dar cuenta de cuánta gente bonita hay a tu alrededor, dispuesta a regalarte su magia para ayudarte a salir del atolladero en el que andas metida.

Aparecerá quien te eche una mano con uno de tus recados y te libere la agenda desinteresadamente para que puedas ajustarla a un plan u otro; quien a las diez y pico de la noche no le importe hacer una videollamada para ayudarte a reparar la avería del cuadro eléctrico que te tiene sin agua caliente; o simplemente quien esté ahí, pendiente de ti desde la sombra y dándote ánimos…

Y cuando sientas la magia de la gente bonita, agradece y aprende de ellos. Sé consciente, observa y empieza a practicar y repetir. Practica y repite y sin dejar de hacerlo hasta haber aprendido, aunque sea por repetición, cómo hacer tu propia magia.

Habrás aprendido a estar pendiente de los demás, a ayudar sin esperar nada a cambio y a hacer que el que puede que esté siendo un día de mierda para alguien, termine con flores saliendo de su estiércol. Entonces, tú también serás una gente bonita.

Esta semana he sentido la magia de mucha gente bonita a mi alrededor y de alguna manera quería rendirles homenaje

“Un gesto amable puede iluminar el día de alguien”

Pasaba por aquí y decidí quedarme un rato.

Cuántos meses sin sacar el libro de la estantería ni repasar el blog…

O a lo mejor no son tantos…No sé, el caso es las cosas, las relaciones y la vida en si, deben fluir. Soy exigente y disciplinada, pero también me trabajo el ser flexible. Si quiero escribir, me esfuerzo y escribo y si no quiero forzar, no fuerzo. Y aquí estoy hoy.

Objetivos, valores, metas, deseos…Llámalos como quieras y cuando los tengas, comprométete a tope con ellos, pero en el momento en que creas que los tienes que cambiar, no tengas miedo ni vergüenza a hacerlo, tus motivos tendrás y esos sólo te atañen a ti.

Miro a mi alrededor y a menudo me encuentro con personas inflexibles y rígidas, pero también me encuentro con aquellas que cada vez están más convencidas de que todo debe fluir. Y en ese fluir de las cosas, el a veces «donde dije digo, digo Diego» es muy recurrente y a la vez criticado por los primeros y aplaudido por los segundos.

A veces toca asumir, desconectar, gestionar, calibrar y volver a conectar. Cuando la cabeza se pone a centrifugar a veces hay que dejar que termine el programa de centrifugado y luego, poco a poco, poner a secar los pensamientos, ideas, proyectos, objetivos, sueños y todo lo que salga de ahí….Después será cuestión de ir ordenando y poniendo todo en su sitio. No te estoy diciendo que sea fácil, pero sí que es posible.

Si tu cabeza está centrifugando, tranquila, no estás sola. Pero ten claro que cuanto antes tu yo valiente, tome el control de la situación, poco a poco ese ruido mental que ahora no te deja fluir se irá apaciguando.

Pero eso sí, toma el control, pon todo lo que puedas de tu parte, con paciencia y buena gestión, serás capaz de llegar a volver a verlo todo ordenado. Y ya te lo he dicho, a veces no será fácil y tu esfuerzo tendrá que ser extraordinario, pero recuerda que cuanto más te estés esforzando más disfrutaras de tus triunfos y más grande será tu recompensa.

«Quien dedica su tiempo a mejorarse a sí mismo, no tiene tiempo para criticar a los demás»

– Madre Teresa de Calcuta