Donde las dan, las toman o #truthordrink

comer gallina

Por fin tengo a mis dos Titanes bajo el mismo techo durante unos días…Qué a gusto se está con los padres cuando todo lo que recibe una son mimos, alabanzas y alegorías.

Atrás quedó aquella época adolescente en la que mis cómplices de la infancia se convirtieron en el mayor de mis tormentos…Ya lo dicen las estadísticas: las modas, la economía, el diseño, los cánones de estética, nuestra talla y casi todo en esta vida, es cíclico. De ahí que las mujeres guardemos bolsas y bolsas de ropa en nuestros armarios y trasteros, porque sabemos que lo que se deja de llevar hoy, tarde o temprano estará de moda otra vez.

Y si hay algo que tampoco se escapa de ser cíclico, es la relación que uno tiene con sus padres.

Durante la infancia los adoramos, los admiramos…los idolatramos. Esa es la época que estoy viviendo yo ahora con mis bichos. Que si mami que guapísima estas con ese pijama – cuando llevo una camiseta vieja de Daisy que ha ido creciendo conmigo con el paso de los años; que si mami que culete tan bonito tienes – cuando lo que veo yo en el espejo es algo parecido a un paisaje lunático lleno de cráteres…que ya firmaba yo por una piel de naranja; que si mami que bien cantas – aquí reconozco que tienen algo de razón. En fin, por peloteo o por lo que sea, mis bichos no hacen más que elevar mi ego a dosis tan altas de autoestima que si no es porque mi espejo no es como el de Blancanieves y se encarga de ponerle cara a mis imperfecciones, yo viviría eternamente en “Los mundos de Yupi”.

Yo también viví esa época en la que me pegaba al brazo del sofá de mi padre hecha una zalamera y en la que si oía a mi madre gritar que un día iba a coger la puerta de casa para irse donde nadie la encontrase, caía en depresión profunda.

Después, cuando llega la edad del pavo y una empieza a creerse más lista que nadie son todo molestias y estorbos…Que si todos los padres son geniales y los míos unos antiguos, que si para qué me tienen que preguntar tanto…Durante esos años, cada vez que mi madre entraba con voz dulce y buena cara en mi habitación mientras cerraba la puerta a sus espaldas, mi cara se incendiaba temiendo el tipo de conversación al que estaba a punto de enfrentarme. Y eso era cuando todo iba de buen rollo, que cuando empezábamos con los “tira y afloja”, no te quiero ni contar…

Aún me faltan unos cuantos años para revivir esos “tira y afloja” desde el otro lado de la barrera, pero ya sólo de pensarlo se me ponen los pelos como escarpias: historias para recordar…

Historia 1: niña quiere salir ir a una discoteca y madre dice que ni hablar, mientras padre dice que lo que diga madre está bien. Niña enfurece, se cabrea y se encierra en su habitación pensando en lo que molan los padres de las otras. Madre pasa del tema y dice que como encima te pongas chula te la vas a llevar…Conclusión: la niña no sale y tiene que terminar tragándose su orgullo porque el plato en la mesa siguen poniéndolo madre y padre…Total, a la semana siguiente lo volverá a intentar y algún día, aunque sea por plasta, lo conseguirá.

Historia 2: niña ya ha conseguido salir…Sale los miércoles a bailar salsa, y jueves, viernes y sábado de cañas y copas, quedándose a dormir en casa de alguna amiga en piso de estudiantes donde los padres no molestan por la mañana. Madre, que ya no le queda otra que aceptarlo, acostumbra a llamar a las cinco de la mañana para saber si todo va bien y, si duermes en casa, te pregunta si te falta mucho por llegar, para irte preparando el zumo de naranja que terminas tomándote con las pupilas dilatadas por el alcohol, mientras piensas que efectivamente no se ha dado cuenta de la moña que llevas. Conclusión: te acuestas tan a gustito después de ese desayuno que te ha sentado de lujo, duermes a pierna suelta y cuando abres los ojos y le plantas el beso de buenos días/tardes, madre te mira con buena cara al son de “ahora cuando termines de comer, cariño, hazte el armario que lo tienes muy desordenado” – para mis bichos, que como ya he dicho, dentro de unos años pasarán por todo esto, especifico que “hacerse el armario” significa que tienes que sacar toda la ropa, la colgada y la que está en cajones, vaciar zapatero y después de limpiarlo todo “con un trapo húmedo y lo secas bien con otro antes de volver a guardarlo todo” tienes que procurar dejarlo impoluto antes de que pase la ITV de madre.

Y junto a estas historias, otras cientos de ellas acompañadas de miles de coletillas del tipo “como vaya yo y lo encuentre, te vas a enterar”, “no salgas así que hace frío y te vas a resfriar”, “y si fulanita se tira por un puente, tu ¿también lo haces?”, o «si eres mayorcito para trasnochar, también lo eres para madrugar”…

Lo cierto es que, pasada esa etapa, vuelve un ciclo en el que de nuevo idolatras a tus padres. Todos vuelven a ser guapos y están “fenomenal para la edad que tienen”. Y tu admiración hacia ellos es incluso mayor, porque cuando eres consciente de lo que han tenido que sufrir para soportarte y además sabes que te va a tocar pasar por lo mismo con tus hijos, esa admiración se transforma en auténtica devoción.

Y en esas estoy yo. Ahora que llega el mes de agosto, tengo la suerte de pasar con ellos unos días. Sin ir más lejos, este fin de semana ya ha sido todo un homenaje de: “comidas favoritas de mi Natalia”…Y también me he vestido con unos trapitos que le hacía a mi madre ilusión que me probase porque, después de casi 40 años encerrados en una de esas bolsas de ropa que guarda ella y aunque sabe que cuando se pongan de nuevo de moda, no le entrarán, le gusta recordar de vez en cuando que vivió un tiempo pasado con un tipo mejor.

El domingo fue el día de los abuelos y el de mis padres, que también lo son. Y este post se lo dedico a ellos. Mis héroes, mis bastones y mis ídolos.

Y mientras el resto nos seguimos preparando para llegar a ser un día abuelos tan molones como los de nuestros hijos, aquí os dejo un divertido juego de preguntas y respuestas incómodas entre padres e hijos (mayorcitos…): #truthordrink. Acabo de encontrarlo por internet y agradezco que mis padres no lo hayan descubierto antes, porque hay cosas que mejor dejarlas para uno mismo…

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¿Dónde está mi glamour?

autentica

Sicilia, 1929…Así comenzaba una de las frases de aquella Sophía Pettrilo de la serie ¨Las chicas de oro” con la que cada vez siento más sintonía.

Murcia, cuarta ola de calor del 2015…Y casi cuatro semanas sin escribir… No sé si lo que tengo es el “síndrome de la hoja en blanco” o que mi mente, ansiosa de vacaciones, realmente ya no da para más. En octubre habrán pasado doce primaveras y veranos desde que me trasladé a esta maravillosa provincia que tanto me ha dado. Pero si hay algo que este año me ha dado la Región y parece que no piensa quitarme, son los sofocos.

¿¡¿¡Pero de donde puede salir tanto calor?!?! Y no sólo eso, sino que ¿¡¿¡cómo es posible sudar tanto y tener la sensación de no perder ni un solo gramo!?!? Más que cuatro olas de calor, señores del tiempo, convendría decir que hace un mes entramos en bucle con la primera y que de ahí no salimos.

Nada menos que desde el mes de septiembre del año pasado, aquí una servidora – que por aquel entonces ya podía presumir de ser deportista por llevar un año corriendo – decidió, como casi siempre procura hacer, dar un pasito más y ser de las que dicen ser “deportistas de fondo y no de sprint final”. Total, que empecé a asistir religiosamente al gimnasio. Descubrí el mundo del “Spining”, el del “Interval”, y ahora, el del “Cross-fit” – lo siento por mi amiga Eva que siempre critica mis anglicismos, pero todos sabemos que suena más glamuroso dicho así que en castellano. Todo ello con la intención de llegar al verano con un cuerpo explosivo, y no para explosionar como me está pasando de repente.

En cuanto al cuerpo, me doy con un canto en los dientes por poder decir que también entré en bucle y ahí me mantengo en peso, eso sí, con las carnes más prietas. En realidad me baso en sensaciones para decir que debo pesar lo mismo, porque la señora báscula decidió acabar con la pila hace meses y aún no ha llegado “el duendecillo de las pilas” a cambiarlas.

Total, que así pensaba llegar yo al verano del 2015, toda prieta y a ser posible con algún kilo menos. Llegada la fecha, estaba convencida de que invirtiendo parte de la extra de verano en la compra de algunos trapitos, ¡¡¡este verano yo iba a ser todo un derroche de glamour!!!

Pero ahora resulta que se nos ha plantado aquí el “megacaloret” y no hago más que sudar y sudar…y venga a sudar y a sudar más…No hay máscara de pestañas que aguante semejante sopor, ni vaquero prieto que suba más allá de la rodilla sin haber superado los cien saltos comba.

Desde que nos comemos el último polvorón del año nos dejamos engatusar por el mundo de las dietas; nos invaden campañas publicitarias que nos muestran súper modelos disfrutando de la brisa marina desde un yate de tropecientos metros de eslora; y el Corte Inglés y Loreal nos saturan con sus “te lo mereces” y “porque yo lo valgo” mientras nos convencemos de que si hay una época del año en la que una debe derrochar glamour por los cuatro costados, es el verano.

Al final estoy llegando al mes de agosto y sigo sin encontrar mi glamour. Estoy planteándome dejar de beber los tres o cuatro litros de agua diarios recomendados por la OMS (Organización Murciana de la Salud) en esta época del año, porque no puedo más con la retención de líquidos. Voy a dejar de usar perfume porque la citronela y el After-bite se han convertido en mis mejores aliados contra los mosquitos – aunque claro, me da a mí que después de las cinco picaduras que me han salido de ayer a hoy, los mosquitos le han ganado la batalla a estos también. Dejaré de consultar los consejos de belleza del verano, porque el pelo, cuanto más recogido en el cogote, menos calor me dará, y claro, una ya no gana para kleenex para limpiar chorretes de maquillaje y rímel.

Así que he decidido ser de los de la tendencia que pasa por decir que el verano es para relajarse, disfrutar y desconectar. Adiós vaqueros prietos y bienvenidos a mi armario los caftanes y pantalones anchos, vestidos vaporosos y cualquier trapo que una vez puesto, casi ni me roce la piel. Adiós maquillaje para disimular ojeras y potenciar cara sana; bienvenida cara lavada, sombrero y gafas de sol. Adiós al lavar y marcar con el secador de pelo y ¡bienvenidas las canas al viento!

Visto lo visto, podría decir que me he pasado parte del otoño, el invierno y la primavera entera preparándome para el verano…y que todo para nada.

Pero no, en realidad me he preparado para darme cuenta de que el mejor glamour con el que puede ir una por ahí es con el de ser natural…¡como la vida misma! Al final la gente que me cautiva es la que es más natural, la que se rodea de menos artificios y la que menos tonterías tiene en la cabeza. No es que haya descubierto esto ahora, pero sí que es cierto que según pasan los años una se va dando cuenta de cuánta tontería hay por ahí y de lo a gusto que se está rodeada de gente auténtica.

Y bueno, de cara al verano que viene, seguiré trabajando para transformar mi tableta de chocolate fundido en algo más parecido a una de las de verdad, seguiré repasándome las uñas para no llevarlas descascarilladas y llevando tacón aunque empiece a doler el juanete, que como decía aquella eurovisiva canción, “antes muerta que sencilla”…Pero sobre todo, ¡pienso seguir trabajando para ser la versión más auténtica de mí misma!

all natural

Dentro de ti y una foto viral

Sí, podría tratarse del título de la nueva trilogía erótica que intenta aprovechar la ola de calor para calentarnos más y alcanzar el título de bestseller. Pero mientras maduro esa idea – en principio descartada – voy a quedarme con el sentido más figurativo de la expresión.

De momento, con el título es probable que haya conseguido atraer tu atención, y ahora que ya te he dicho que no pienso hablarte de erotismo, espero que te quedes conmigo compartiendo las próximas 931 palabras.

A finales del año pasado iba en el coche con mi Bicho – si has leído ya mi libro (Un poto, dos niñas y un blog) sabrás quién es y si no te aclaro que mis Bicho y Bichito son mis hijas, las que me dan y me quitan la vida, en ocasiones, incluso varias veces al día. El caso es que mientras iba cambiando de emisora, en busca de una melodía de esas con las que me gusta desgañitarme mientras mis bichos se mean de la risa y aprenden a disfrutar de lo bueno que es hacer el payaso, me quedé atónita formando parte del siguiente diálogo con una niña de seis años, mi Bicho:

Bicho (B): ¿Mami, al final La Pantoja va a ir a la cárcel?

Mami Perpleja (MP): Sí, hija. ¿Pero tú sabes quién es La Pantoja?

B: Es una señora que ha salido en la televisión, en el programa de la Tia Carmen.

(Aclararé que la Tía Carmen no es mi hermana y tía de mi Bicho, sino mi tía. Aunque ambas comparten nombre, la segunda no es seguidora de la tonadillera ni de Sálvame y responde al título de Mayca).

MP: Pues sí cariño, al final va a la cárcel.

B: ¡Pues qué pena, mami!

MSP (Mami Súper Perpleja): Bueno, es que la gente, cuando hace cosas muy malas, como robar, va a la cárcel…(tampoco era plan de entrar en detalle…)

B: Ya mami, pero ella estará muy triste, y su hija también. Porque tiene una hija, ¿sabes mamá? – como para no saberlo, pensé yo. Y si su mamá se va a la cárcel no van a poder darse besos y abrazos durante mucho tiempo. Y eso es muy triste mamá.

MSP: Tienes razón cariño, es muy triste…

Y ahí quedó la cosa. Una madre súper perpleja – y te diría que casi indignada porque mi Bicho conociese a La Pantoja y sus líos – y una niña intentando digerir el sentimiento de tristeza que estaba teniendo al pensar cómo se sentirían Chabelita y Pantoja sin los abrazos y besos de una a la otra.

Mi Bicho, desde su inocencia, pero muy inteligentemente, supo llamar mi atención utilizando un recurso, La Pantoja, que me dejó atónita para darme toda una lección de empatía.image1

Estoy casi segura de que tú también sabes lo que es empatía: la capacidad de percibir lo que el otro está sintiendo; el saber ponerse en el pellejo del otro; el meterse en los zapatos del otro…Pero una cosa es que sepamos lo que es y otra muy diferente es que la practiquemos.

Profesionalmente, son muchas las ocasiones en las que he oído hablar y he hablado de empatía, y sé que es un recurso, o mejor dicho, una virtud, que cuando es trabajada, aporta muchísimo. La empatía me aporta el saber entender las reacciones de la gente, me aporta facilidad para perdonar, me ayuda a abrirme a los demás, me ayuda a ser solidaria…me ayuda a estar, como decía en el titular, Dentro de ti. Pero no sólo me ayuda a estar dentro de ti para entender cómo te puedes sentir, sino que también me ayuda a conocer tus preferencias de comportamiento.

George Bernard Shaw, escritor irlandés y Premio Nobel de literatura en 1925 lo dijo muy clarito con una frase que me encanta y me acompaña desde hace mucho tiempo: “No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti – ellos podrían tener gustos diferentes”. Así la empatía no se limita a ponerse en el lugar del otro para entender sus sentimientos y punto de vista, sino que trasciende en descubrir sus preferencias.

El caso es que leemos y releemos la palabra empatía montones de veces, somos conocedores del poder que tiene, pero no siempre la ponemos en práctica. Yo te digo que si te comprometes y te esfuerzas en trabajarla, es fácil que te enganches a ella.

No se trata de que pierdas tu personalidad para actuar como a otros les gustaría. Se trata de comprender cómo es el otro, con sus virtudes, sus defectos, sus acciones y sus reacciones.

Esta entrada me la ha inspirado una foto viral que está recorriendo el mundo a través de las redes sociales y la historia que hay detrás de ella. Se trata de la historia de un agente de policía de Colorado, Nick Struck. En la imagen, que comparto contigo en este post, puedes ver cómo el agente sostiene en brazos a una niña de dos años que sobrevivió a un accidente de tráfico en el que murió su padre. La cogió en brazos y se colocó de espaldas al siniestro mientras cantaba canciones para que no se asustara. El padre de la pequeña había muerto. El policía, en el video que acompaña a la imagen – si no entiendes inglés activa los subtítulos en youtube, eligiendo la opción de traducirlos al castellano en la rueda de herramientas – dice que sólo hizo lo que le gustaría que hicieran con su hija si la víctima fuera él; pura empatía…

No cómo La Pantoja, pero sí como Nick Struck, seamos empáticos. Empecemos por observarnos. Dedícate unos minutos a pensar cómo eres de empático, piensa en cuándo fue la última vez que fuiste consciente de que estabas poniéndote los zapatos del otro, sintiendo cómo se camina desde su perspectiva.

Es buena costumbre crearte un ritual, al acostarte, en el que pienses en tres cosas por las que estés agradecido al final del día, visionar un día positivo para cuando vuelvas a abrir los ojos y por qué no, también pensar en lo empático que has sido. Ser consciente de ello ya es un paso.

Nick Struck