Una de recuerdos

Hay muchos momentos, de los que he vivido con mis bichos hasta ahora que nunca olvidaré, pero hay algunos que, de sólo recordarlos, hacen que se me salten las lágrimas. Hoy pensando, especialmente he recordado tres.

El primero de ellos es cuando, de repente un día, descubres que tus criaturas son capaces de mantenerse de pie por sí mismos. Ya no es necesario sujetarlos como a un chimpancé sobre tus caderas, mientras te destrozas el cuello y los brazos para meter la compra en el coche; o al sacar la cartera en la farmacia para pagar algo, porque total, ¿para qué vas a sacar el carrito si comprar apiretal no te va a llevar más de cinco minutos? – claro, que nunca cuentas con que va a haber cola, nadie te va a ceder el paso y encima, el señor de delante, muy amable, eso sí, piensa tomarse la tensión. El día que descubrí que mis hijas se sostenían de pie por sí mismas, sentí que recuperé un poquito de esa libertad que un día cedí en usufructo para ellas.

Otro de los momentos inolvidables en la vida de cualquier padre, creo yo, es aquel en el que por fin puedes salir de casa, casi tan rápido como hacías cuando no estaban tus enanos…Atrás queda la época en la que salías con ocho tomas de biberón por lo que pudiera pasar, más las mudas de cambio para todas las regurgitaciones; y pijamas varios, por si surgían planes hasta la noche. De repente un día, te ves saliendo de casa con ese bolso de auxiliar de enfermería que siempre llevas y como mucho unas galletas por si empiezan con el “tole tole” de que tengo hambre. Ese día, vuelves a recuperar otro poquito de esa libertad, y si son capaces de abrocharse el cinturón del coche por sí solos, te crees que estás criando a los hijos más independientes del mundo entero.

Pero si hay un momento que me eriza hasta los pelos de las palmas de las manos y me produce mariposas en el estómago, es el que llega ese día en que, por fin, consigues ir al baño y sentarte SOLA en el trono. ¡Ese día, como poco, sientes que llevas puestas las alas del anuncio de Red Bull! ¿Por qué a todos los bebes les entra el síntoma de abandono justo cuando a ti te da el apretón?¿Por qué, cuando ya no son tan bebes, siguen teniendo la necesidad de estar ahí dentro contigo, aguantando un aroma que, como tú y yo sabemos, sólo lo podemos soportar nosotros mismos? ¿Por qué tengo que pasar por sentarme en el trono con un pequeño ser sobre mis rodillas? ¿Y si consigo que se queden sentadas viendo la televisión, por qué tengo que hacerlo a puerta abierta, como si estuviera en una cárcel? En fin, el día que me encontré esta foto me sentí no sólo identificada, sino que también consolada…ya la madre de Marco, mi primer amor platónico de la infancia, marcó tendencia.marco

Dicen que las cosas se valoran más cuando se pierden, y te puedo asegurar que estas tres situaciones que te acabo de contar, las tengo casi que hasta sobrevaloradas.

Es por eso que cada vez que saco un hueco para salir a comprar sola, sin tener que tirar de nadie o poder ir al baño a puerta cerrada – aunque sea escuchando al otro lado un “¿estás haciendo caca, mamá?” – soy capaz de saborear el momento con la sensación de estar viviendo el mejor momento del día. Y a esto, creo yo, es a lo que se refieren los estudiosos cuando hablan de disfrutar de las pequeñas cosas del día.

Así que esta mañana, como casi todas las mañanas, he saboreado y disfrutado mi momento de libertad, mientras conseguía desayunar y escribir estas líneas sin nadie reclamando mi atención detrás. No importa lo ajetreado que se te presente el día, porque ese momento, dentro de las 16 o 18 horas – según lo que consigas dormir – que tienes para hacer cosas, siempre termina apareciendo, y tienes que saborearlo y disfrutarlo a conciencia, porque es tuyo y solo tuyo…¡Disfrútalo!

El cajón desastre

IMG_0648Martes por la mañana, 31 de marzo, 24 grados: así arranca mi agenda personal de hoy.

– felicitar a Eva otra vez,

– comprar fundas para colchones,

– intentar ir al gym y si no correr con la fresca,

– guardar ropa en maletas y seguir tirando trastos…

Mañana toca mudanza…la séptima desde que dejé Madrid. Y siempre digo lo mismo: ¿cómo se puede acumular taaaaaaaanto????? Eso sí, qué relax en esta ocasión, la primera vez que delego casi todo. Cinco minutos le bastaron a la empresa de mudanzas para tomar datos y pasarme un presupuesto. Que digo yo, que ya era consciente de que mi casa era pequeña, pero ¿tanto como para pasarle revista en solo cinco minutos?…Y eso que un par de ellos los dedicamos a saludarnos, despedirnos y al “jiji-jaja” de turno, para intentar caer en gracia y así confiar en que me iban a pasar el mejor de los presupuestos.

          – Nada, no tienes que hacer absolutamente nada. El miércoles venimos y nos encargamos nosotros de todo – me dijo Carlos.

          – ¿Pero nada de nada?, ¿no me das instrucciones para que te vaya preparando algo?

          – No, nosotros nos encargamos de todo.

Creo que no me han dicho piropo más bonito que ese en años: “nosotros nos encargamos de todo”. Sólo les faltó ofrecerme servicio de limpieza de cutis, manicura y pedicura gratuito, con la única condición de dejarles trabajar tranquilamente.

Pero en realidad hay algo de lo que realmente los “dioses de las mudanzas” no se pueden encargar: el cajón desastre. Tenemos cajones desastre por todas partes, en casa, en el trabajo, en la casa de nuestros padres, en la guantera del coche…Total, que yo ayer, aprovechando que mi santo hermano se había llevado a sus sobrinas a la playa, y tras asistir a mi religiosa clase de Interval y poderme meter en la cama media hora para evitar un ataque de migraña, me dispuse a reencontrarme con mis cajones desastre, porque en mi casa, los tengo por todas partes…vamos, que tú dame un cajón vacío y verás en qué poco tiempo soy capaz de devolvértelo al son de Karina, entonándote el “buscando en el baúl de los recuerdos, u u uuuu”.

Me quedé sin bolsas de basura: dibujos de mis niñas – hechos por sus profesoras cuando aún no sabían ni coger un lápiz- recetas de cocina que nunca he cocinado y asumí que en caso de necesidad absoluta las volvería a encontrar en internet, correo postal sin abrir – por cierto, que descubrí que en enero debía haber pasado la ITV y acabo de volverlo a recordar, ¡OMG!

La verdad es que los cajones desastre son lo mejor de lo mejor. Vale que me harté a llorar viendo la película de mi boda después de casi ocho años, pero no sabes la cantidad de sorpresas que me llevé también reviviendo tantos recuerdos y encontrando tantas cosas que tenía tan perdidas. Encontré mi tarjeta de la seguridad social y el libro de familia, mi pulsera de Tiffany, dinero para pagar la comida de hoy…

Por eso, en la casa nueva seguiré teniendo cajones desastre, pero intentaré cumplir con el propósito de abrirlos no sólo para meter cosas, sino también para pasar un buen rato cotilleando entre mis recuerdos, llevándome alguna alegría que otra y, por supuesto, para hacer limpieza sacando lo innecesario de mi vida.

Voy a seguir, que todavía tengo la esperanza de encontrar esta tarde mi DNI…