“He intentado entenderte, pero ni poniendo todo mi esfuerzo en ello lo consigo. Podría intentar rebatirte, intentar convencerte de mis argumentos o de que veas las cosas de otro color, pero la verdad es que ya prefiero focalizar mi energía en mejorar mis dominadas y conseguir hacer el pino de una puñetera vez. Teniendo en cuenta que estas, no son mis principales prioridades en la vida, adivina tú en qué lugar se quedan mis ganas por esforzarme en entenderte”.
Está claro que, como decía Dua Lipa en esa canción que escuchaba yo en bucle hace un par de primaveras (Be the One), mientras yo veo las cosas en azul tú las ves en rojo ¡Y así tiene que ser!
A veces nos empeñamos en querer cambiar las actitudes o la forma de ser de alguien, cuando sólo uno mismo es quien puede impulsar su cambio. Hay personas que se esfuerzan por mejorar y corregir sus defectos, pero también las hay que se quieren tanto tal y como son, que no sólo no sienten la necesidad de cambiar, sino que con el paso del tiempo incluso se endiosan más dentro de sí mismos.
A mí me vais a perdonar, pero yo con quien no tiene la humildad de reconocer sus errores y defectos (y mira que yo soy orgullosa, pero creo que a la par que honesta) y que incluso miran a la cara pensando que una es gilipollas, pffff….¡pasopalabra! Cada vez me dan más pereza.
A esos, cuanto más lejos, mejor. Ya me enteraré a través del Karma, contactos o redes sociales de hasta dónde han sido capaces de llegar.
La verdad es que por mi deformación profesional o por lo que sea, suelo poner bastante empeño en empatizar con la gente e intentar llegar a entenderme con todo el mundo, pero a veces hay que dar por perdida la batalla, porque sabiendo que cualquier relación es de dos, está claro que si uno no quiere….
Por suerte, esta lección la tengo interiorizada desde hace mucho tiempo.
La gente cambia, ya lo creo que cambia, pero sólo si quiere.